Hay una locura que da miedo, hay niveles claro, una sera mi demencia congénita y muy desarrollada, divertida, útil y un poquito peligrosa, es esa la que me hace buscar la adrenalina y caminar por las noches, la que me hace disfrutar la lluvia, los atardecer es, el viento y desear firmamentos mas amplios y eternos. Todavía no escucho voces, ni veo gente muerta, pero me hago reír bastante cuando bailo desnudo bajo la lluvia.
Pero hay otro, tipo, un germen de maldad, de enfermedad, una muy delgada linea entre una y otra, y me aterra, tal como un precipicio oscuro, que sin embargo emite lentas voces que me halagan, rugidos llamándome, carcajadas, parece haber una fiesta ahí abajo, y observo ese precipicio, como alguien con tendencias suicidas observa una hermosa, reluciente y afiladisima navaja, como un revolver perfecto para regar mis ideas y mis sueños en las paredes, pero me da miedo, tal vez sea este el limite sin retorno, que tal que si al probar un buen trago de esta locura infame me vuelva adicto sin salida ni camino de vuelta.
Y vaya que lo he sentido, una de esas noches grises y vacías, en que tirado, inmóvil e inerme en mi lecho me envuelve el llanto de la noche y quisiera escucharlo mejor, y para eso tengo que entregarme, la entrega total de la cordura, la muy poca que me queda. Pero aun me queda esa fuerza para contrariarla, nacida del terror a lo desconocido, una cosa es estar loco y otra es serlo de tiempo completo.
Good Bye, cerebro, te voy a extrañar.
Y salgo entonces aterrado y aterido a las calles vacías y silenciosas, tal como me gustaria estar por dentro porque no me gustaría perder la batalla con mis demonios, y paso tras paso, tal vez rezando, tal vez con un nudo de camionero en la garganta, tratando de respirar con calma, y sin control sobre mi corazón desbocado.
Buscando ¿que? supongo que esa parte de mi que se pierde con las nubes en el viento, buscando esa parte de alma y mente que se diluye con cerveza, y si estuvieran abiertas las puertas del infierno entraría solo por no poder encontrar el cielo.
Pero hay otro, tipo, un germen de maldad, de enfermedad, una muy delgada linea entre una y otra, y me aterra, tal como un precipicio oscuro, que sin embargo emite lentas voces que me halagan, rugidos llamándome, carcajadas, parece haber una fiesta ahí abajo, y observo ese precipicio, como alguien con tendencias suicidas observa una hermosa, reluciente y afiladisima navaja, como un revolver perfecto para regar mis ideas y mis sueños en las paredes, pero me da miedo, tal vez sea este el limite sin retorno, que tal que si al probar un buen trago de esta locura infame me vuelva adicto sin salida ni camino de vuelta.
Y vaya que lo he sentido, una de esas noches grises y vacías, en que tirado, inmóvil e inerme en mi lecho me envuelve el llanto de la noche y quisiera escucharlo mejor, y para eso tengo que entregarme, la entrega total de la cordura, la muy poca que me queda. Pero aun me queda esa fuerza para contrariarla, nacida del terror a lo desconocido, una cosa es estar loco y otra es serlo de tiempo completo.
Good Bye, cerebro, te voy a extrañar.
Y salgo entonces aterrado y aterido a las calles vacías y silenciosas, tal como me gustaria estar por dentro porque no me gustaría perder la batalla con mis demonios, y paso tras paso, tal vez rezando, tal vez con un nudo de camionero en la garganta, tratando de respirar con calma, y sin control sobre mi corazón desbocado.
Buscando ¿que? supongo que esa parte de mi que se pierde con las nubes en el viento, buscando esa parte de alma y mente que se diluye con cerveza, y si estuvieran abiertas las puertas del infierno entraría solo por no poder encontrar el cielo.
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